Datos de referencia de este artículo:
GONZÁLEZ MADRID, Miguel (2000), “Las coordenadas básicas de la decisión racional. Entre la libertad del actor y el determinismo contextual”, en José María Martinelli (coord.), Las políticas públicas del Sexenio, coedición Plaza y Valdés / Universidad autónoma Metropolitana, México, pp. 21-59.
Las coordenadas básicas de la decisión racional.
Entre la libertad del actor y el determinismo contextual
Miguel González
Madrid
Profesor e Investigador de la Universidad Autónoma
Metropolitana – Iztapalapa, México City
Más allá de una
referencia a la caracterización de los modelos de decisión racional cuyo
estatuto puede ser graficado de manera simple en una curva de relación entre racionalidad y contexto, se hace
necesaria una reflexión acerca del significado de tensión entre estas dos
categorías. Aquí se intenta esa reflexión y, del mismo modo, se quiere llamar
la atención sobre tres cosas: en primer lugar, la decisión colectiva (pública, con mayor
especificidad) incluye elementos que no es posible tratar con una teoría de la
decisión individual, puesto que con mayor razón los actores sociales son
atraídos a cooperar, a sacrificar algunos de sus intereses de corto plazo y a
tener una disposición para el compromiso razonable y ético; en segundo lugar,
la decisión pública no puede formarse en torno a un juego de elección entre una
acción para provocar cualquier tipo de cambio esperado y la defensa del statu quo, sin enfrentar
implicaciones de responsabilidad pública; y, en tercer lugar, la decisión pública,
como acto que facilita la producción de resultados colectivos, no puede ser un
acto puramente racional ni puede basarse en acomodos virtuales de las constelaciones
de intereses para justificarse, sino, al contrario, adquiere cada vez más un
carácter mediador y articulador efectivo, incluso cara a cara, por medio de “proyectos
hegemónicos” que, por ende, no pueden excluir a los grupos dominados ni a los
círculos locales de intereses. Por otra parte, siendo el capitalismo la
condensación social y material de los contextos de los procesos de decisión
colectiva, determina el alcance de lo posible y condena los proyectos
poscapitalistas al terreno de las utopías. Pero, ante las crecientes dificultades
de reproducción del capitalismo mundializado y la exacerbación de las
desigualdades sociales, tal vez sea hora de mediaciones, de liderazgos y de articulaciones
de microalternativas de alcance planetario. En consecuencia, ¿estaremos en
condiciones de construir políticas públicas mundializadas?
Más allá de una
referencia a la caracterización de los modelos de decisión racional cuyo
estatuto puede ser graficado de manera simple en una curva de relación entre racionalidad y contexto, se hace
necesaria una reflexión acerca del significado de tensión entre estas dos
categorías. Aquí se intenta esa reflexión y, del mismo modo, se quiere llamar
la atención sobre tres cosas: en primer lugar, la decisión colectiva (pública, con mayor
especificidad) incluye elementos que no es posible tratar con una teoría de la
decisión individual, puesto que con mayor razón los actores sociales son
atraídos a cooperar, a sacrificar algunos de sus intereses de corto plazo y a
tener una disposición para el compromiso razonable y ético; en segundo lugar,
la decisión pública no puede formarse en torno a un juego de elección entre una
acción para provocar cualquier tipo de cambio esperado y la defensa del statu quo, sin enfrentar
implicaciones de responsabilidad pública; y, en tercer lugar, la decisión pública,
como acto que facilita la producción de resultados colectivos, no puede ser un
acto puramente racional ni puede basarse en acomodos virtuales de las constelaciones
de intereses para justificarse, sino, al contrario, adquiere cada vez más un
carácter mediador y articulador efectivo, incluso cara a cara, por medio de “proyectos
hegemónicos” que, por ende, no pueden excluir a los grupos dominados ni a los
círculos locales de intereses. Por otra parte, siendo el capitalismo la
condensación social y material de los contextos de los procesos de decisión
colectiva, determina el alcance de lo posible y condena los proyectos
poscapitalistas al terreno de las utopías. Pero, ante las crecientes dificultades
de reproducción del capitalismo mundializado y la exacerbación de las
desigualdades sociales, tal vez sea hora de mediaciones, de liderazgos y de articulaciones
de microalternativas de alcance planetario. En consecuencia, ¿estaremos en
condiciones de construir políticas públicas mundializadas?
1. Introducción
Una lectura
del libro de Gerald Bakker y Len Clark (La explicación. Una
introducción a la filosofía de la ciencia), hace algunos años, me produjo
algunas interrogantes sobre la tensión que guarda la relación entre el actor
racional y sus contextos. Las reflexiones sobre esa tensión pueden indagarse
desde el debate en la
antigua Grecia sobre los temas de la predestinación y el
libre albedrío, hasta los debates actuales en torno a los variados
determinismos y la libertad individual. En general, tras cada debate se
encuentra la preocupación acerca de cómo explicar la construcción de la
historia y, en consecuencia, del consenso o de las decisiones colectivas que
producen una vida en común, en contextos marcados por las constelaciones de
intereses en conflicto, las relaciones de dominación-subordinación, la
competencia de intereses, la desigualdad social, las asimetrías culturales y
las diferencias de identidad, entre otros.
Las políticas públicas, en
tanto acciones públicas producidas en sociedades democráticas, son una forma
privilegiada de expresión de la decisión colectiva a partir de la articulación
selectiva de una multiplicidad de intereses y preferencias valorativas, y
debiéramos preocuparnos más por indagar los modos reales de su producción más
allá de referencias generales tanto al trabajo conjunto de las administraciones
públicas y los expertos en variadas disciplinas científicas como a la
participación que persigue la “sociedad civil” en la construcción de su propio
destino. Explicar este proceso requiere tomar en cuenta los distintos
escenarios de la tensión entre la racionalidad humana y sus contextos, además
de los diferentes puntos de vista explicativos. Sin embargo, en aras de una explicación
abierta, que busca generar alguna síntesis o una especie de teoría unificada,
coincidimos con Bakker y Clark en que “puede resultar de una facilidad engañosa
afirmar varios puntos de vista que resultan atrayentes, pero están en contradicción”
(Bakker y Clark, 1994: 303). Desde luego, estamos lejos de la pretensión de una
teoría unificada, pero siempre es mejor preferir puntos de vista explicativos
que contribuyan a desarrollar nuestros propios planteamientos o a reformularlos,
a pesar de su independencia entre sí, que ignorarlos.
La literatura sobre las
decisiones individuales y colectivas es sorprendentemente abundante. Valga
decir, sin embargo, que hay aspectos que, para el caso de las decisiones
públicas, en una perspectiva que evita descuidar las cuestiones de contextos
de dominación social, no han sido bien tratados. Parafraseando a Donald P.
Green y Ian Shapiro, en este campo también hay insuficiencias metodológicas
(véase la principal tesis de estos autores en contra de la teoría de la
elección racional en Green y Shapiro, 1996),
puesto que las decisiones públicas no se toman del mismo modo que en los
supuestos reduccionistas del homo oeconomicus (completamente informado,
racional, egoísta y maximizador) y circunscritos a descripciones simplificadas
e incompletas del contexto. El estiramiento de esos supuestos al campo de la
decisión pública, mediante la premisa de la agregación de preferencias
individuales es un truco utilitarista sobre el que Kennet John Arrow y Joseph
Alois Schumpeter habían prevenido casi a mediados del siglo XX, por distintas
vías. Por lo demás, baste señalar tres de esos aspectos: (1) Los compromisos
reales e intereses de largo plazo, no generalizables teóricamente y
susceptibles de modificaciones todo el tiempo.
En cambio, la elección racional individual se erige sobre una visión “corto-placista”
que se mantiene constreñida “exclusivamente al interés racional de cada persona”,
y tiene la presunción de ser consistente todo el tiempo y tener una base moral,
aunque más bien se erige sobre comportamientos “consecuencialistas” (cfr. Mora
Heredia, 1995: 64). (2) Las confusiones entre no-decisión y statu quo,
que se originan en la consideración de la realidad como un simple dato, así
como en la ignorancia de estructuras éticas que sobrecodifican las competencias
públicas. (3) El carácter mediador y articulador de la decisión en contextos
multirracionales muchas veces no perceptibles a simple vista, el cual, por
cierto, no ignora los distintos y múltiples intereses en conflicto, y guarda
una prudente distancia con respecto a la pretensión de alcanzar acuerdos entre
las partes por la vía del consenso. Vale recordar, a propósito, una frase de
Werner Becker acerca de la “fascinación e imposibilidad del consenso”: el
consenso como unanimidad “es una condición que impide de hecho todo acuerdo
cuando en la decisión intervienen grandes números de participantes” (Becker,
1990: 138).
Finalmente, por el
carácter y las dimensiones de este trabajo no es posible ir lejos en nuestras
proposiciones. Es una forma de curarse en salud; pero sirve para subrayar dos
cosas: que nuestros puntos de vista se sitúan en la línea del análisis de las
políticas públicas, apartándonos de aplicaciones estadísticas y de debates
filosóficos, y que, modestamente, deseamos plantear la problemática antes que
ofrecer resoluciones.
[Por favor, active el enlace mostrado arriba para seguir leyendo].
No hay comentarios:
Publicar un comentario