DATOS PERSONALES

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Politólogo y Maestro en Derecho Electoral / Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa (México City). Especialista en temas de Políticas Públicas, Teorías del Estado y la Democracia, Derecho Electoral, Federalismo y Gobiernos Locales. e-mail: mgmundouno@yahoo.com.mx

lunes, 25 de mayo de 2020

Coordenadas de la decisión racional, entre la libertad y el contexto / Autor: Miguel González Madrid


Datos de referencia de este artículo:

GONZÁLEZ MADRID, Miguel (2000), “Las coordenadas básicas de la decisión racional. Entre la libertad del actor y el determinismo contextual”, en José María Martinelli (coord.), Las políticas públicas del Sexenio, coedición Plaza y Valdés / Universidad autónoma Metropolitana, México, pp. 21-59.

Las coordenadas básicas de la decisión racional. 

Entre la libertad del actor y el determinismo contextual

Miguel González Madrid

Profesor e Investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa, México City

Más allá de una referencia a la caracterización de los modelos de decisión racional cuyo estatuto puede ser graficado de manera simple en una curva de relación entre racionalidad y contexto, se hace necesaria una reflexión acerca del significado de tensión entre estas dos categorías. Aquí se intenta esa reflexión y, del mismo modo, se quiere llamar la atención sobre tres cosas: en primer lugar, la decisión colectiva (pública, con mayor especificidad) incluye elementos que no es posible tratar con una teoría de la decisión individual, puesto que con mayor razón los actores sociales son atraídos a cooperar, a sacrificar algunos de sus intereses de corto plazo y a tener una disposición para el compromiso razonable y ético; en segundo lugar, la decisión pública no puede formarse en torno a un juego de elección entre una acción para provocar cualquier tipo de cambio esperado y la defensa del statu quo, sin enfrentar implicaciones de responsabilidad pública; y, en tercer lugar, la decisión pública, como acto que facilita la producción de resultados colectivos, no puede ser un acto puramente racional ni puede basarse en acomodos virtuales de las constelaciones de intereses para justificarse, sino, al contrario, adquiere cada vez más un carácter mediador y articulador efectivo, incluso cara a cara, por medio de “proyectos hegemónicos” que, por ende, no pueden excluir a los grupos dominados ni a los círculos locales de intereses. Por otra parte, siendo el capitalismo la condensación social y material de los contextos de los procesos de decisión colectiva, determina el alcance de lo posible y condena los proyectos poscapitalistas al terreno de las utopías. Pero, ante las crecientes dificultades de reproducción del capitalismo mundializado y la exacerbación de las desigualdades sociales, tal vez sea hora de mediaciones, de liderazgos y de articulaciones de microalternativas de alcance planetario. En consecuencia, ¿estaremos en condiciones de construir políticas públicas mundializadas?
  

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1. Introducción

Una lectura del libro de Gerald Bakker y Len Clark (La explicación. Una introducción a la filosofía de la ciencia), hace algunos años, me produjo algunas interrogantes sobre la tensión que guarda la relación entre el actor racional y sus contextos. Las reflexiones sobre esa tensión pueden indagarse desde el debate en la antigua Grecia sobre los temas de la predestinación y el libre albedrío, hasta los debates actuales en torno a los variados determinismos y la libertad individual. En general, tras cada debate se encuentra la preocupación acerca de cómo explicar la construcción de la historia y, en consecuencia, del consenso o de las decisiones colectivas que producen una vida en común, en contextos marcados por las constelaciones de intereses en conflicto, las relaciones de dominación-subordinación, la competencia de intereses, la desigualdad social, las asimetrías culturales y las diferencias de identidad, entre otros.
    Las políticas públicas, en tanto acciones públicas producidas en sociedades democráticas, son una forma privilegiada de expresión de la decisión colectiva a partir de la articulación selectiva de una multiplicidad de intereses y preferencias valorativas, y debiéramos preocuparnos más por indagar los modos reales de su producción más allá de referencias generales tanto al trabajo conjunto de las administraciones públicas y los expertos en variadas disciplinas científicas como a la participación que persigue la “sociedad civil” en la construcción de su propio destino. Explicar este proceso requiere tomar en cuenta los distintos escenarios de la tensión entre la racionalidad humana y sus contextos, además de los diferentes puntos de vista explicativos. Sin embargo, en aras de una explicación abierta, que busca generar alguna síntesis o una especie de teoría unificada, coincidimos con Bakker y Clark en que “puede resultar de una facilidad engañosa afirmar varios puntos de vista que resultan atrayentes, pero están en contradicción” (Bakker y Clark, 1994: 303). Desde luego, estamos lejos de la pretensión de una teoría unificada, pero siempre es mejor preferir puntos de vista explicativos que contribuyan a desarrollar nuestros propios planteamientos o a reformularlos, a pesar de su independencia entre sí, que ignorarlos.
    La literatura sobre las decisiones individuales y colectivas es sorprendentemente abundante. Valga decir, sin embargo, que hay aspectos que, para el caso de las decisiones públicas, en una perspectiva que evita descuidar las cuestiones de contextos de dominación social, no han sido bien tratados. Parafraseando a Donald P. Green y Ian Shapiro, en este campo también hay insuficiencias metodológicas (véase la principal tesis de estos autores en contra de la teoría de la elección racional en Green y Shapiro, 1996), puesto que las decisiones públicas no se toman del mismo modo que en los supuestos reduccionistas del homo oeconomicus (completamente informado, racional, egoísta y maximizador) y circunscritos a descripciones simplificadas e incompletas del contexto. El estiramiento de esos supuestos al campo de la decisión pública, mediante la premisa de la agregación de preferencias individuales es un truco utilitarista sobre el que Kennet John Arrow y Joseph Alois Schumpeter habían prevenido casi a mediados del siglo XX, por distintas vías. Por lo demás, baste señalar tres de esos aspectos: (1) Los compromisos reales e intereses de largo plazo, no generalizables teóricamente y susceptibles de modificaciones todo el tiempo.
En cambio, la elección racional individual se erige sobre una visión “corto-placista” que se mantiene constreñida “exclusivamente al interés racional de cada persona”, y tiene la presunción de ser consistente todo el tiempo y tener una base moral, aunque más bien se erige sobre comportamientos “consecuencialistas” (cfr. Mora Heredia, 1995: 64). (2) Las confusiones entre no-decisión y statu quo, que se originan en la consideración de la realidad como un simple dato, así como en la ignorancia de estructuras éticas que sobrecodifican las competencias públicas. (3) El carácter mediador y articulador de la decisión en contextos multirracionales muchas veces no perceptibles a simple vista, el cual, por cierto, no ignora los distintos y múltiples intereses en conflicto, y guarda una prudente distancia con respecto a la pretensión de alcanzar acuerdos entre las partes por la vía del consenso. Vale recordar, a propósito, una frase de Werner Becker acerca de la “fascinación e imposibilidad del consenso”: el consenso como unanimidad “es una condición que impide de hecho todo acuerdo cuando en la decisión intervienen grandes números de participantes” (Becker, 1990: 138).
     Finalmente, por el carácter y las dimensiones de este trabajo no es posible ir lejos en nuestras proposiciones. Es una forma de curarse en salud; pero sirve para subrayar dos cosas: que nuestros puntos de vista se sitúan en la línea del análisis de las políticas públicas, apartándonos de aplicaciones estadísticas y de debates filosóficos, y que, modestamente, deseamos plantear la problemática antes que ofrecer resoluciones.

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