Miguel González Madrid
Parece que están de moda los "anti": "anti
Peña", "anti Voluntad Popular", "anti demócrata",
"anti IFE", "anti encuestas", "anti televisoras", y así por el estilo, como antes con el "anti
comunismo", el "anti Cristo", etcétera, etcétera. Suelen avanzar también las
revoluciones (y, a veces, simples parodias de revoluciones que terminan dejando
en pie las viejas estructuras o adoptando los fascinantes modelos de occidente,
como en Egipto y Libia) de unos cuantos en el nombre de los muchos, porque un
pequeño núcleo dentro de esos cuantos cree que las multitudes, la masa, la
gente de provincia, los pobres, los habitantes alejados del D.F., los
necesitados, los desclasados, los cautivos por programas sociales, y otros más,
"no piensan", son "pendejos".
¡Qué pena por tanto reduccionismo y por el
uso de tantos mitos (como ese de que en cada casilla –de un total de 143 mil y
poco más– hubo un infante verificando que se votara en el sentido que fue
dictado por los "copetones") a fuerza de colocar en el nicho del
culto a la personalidad a quien le ha tocado perder una y otra vez, salvo una,
y eso porque le fue concedida de buena fe su residencia suficiente en el D.F.!
Tanta podredumbre de estructuras y de pequeñas mafias en uno y otro
partido, que todos los partidos dejaron intacta en sucesivas reformas de 1977 a
2007, sólo fue posible porque los partidos protegieron sus propios intereses.
Y, al parecer, Felipe Calderón Hinojosa quiere pasar a la historia precisamente
demostrando que los partidos (sus pequeñas mafias, sus escleróticas
estructuras, sus listas plurinominales de favoritos, sus anémicas plataformas,
etcétera) son tan cortos de miras que él, con cada iniciativa de ley, como
aquella del 15 de diciembre de 2009, los ha retado constantemente para que
vayan más allá de sus miserias y de su ambición por gobernar a como de lugar,
así sea pasando por sobre lo que la doctrina democrática y constitucional llama el "cuerpo
electoral".
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