Publicado originalmente en Agenda Tlaxcala. Noticias del Altiplano, periódico digital, el 28 de febrero de 2011.
La presente versión contiene ligeras modificaciones.
Miguel González Madrid
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Miguel González Madrid
Gaddafi y Berlusconi en pleno escarceo al besa-mano http://www.youtube.com/watch?v=jPrnQ0g7sLA |
El territorio libio ha sido escenario de disputas y tragedias de muchos siglos a manos de antiguos egipcios, viejos y modernos imperios y reinos, colonizadores griegos e invasores árabes, y constantemente quedó a merced de sus vecinos del mediterráneo. Los árabes entraron a Libia en el año 642 de nuestra era, diez años después de la muerte de Mahoma, para propagar el islam, e instauraron una distinción desagradable, como suele suceder en las colonizaciones, entre musulmanes de primera y musulmanes de segunda. Consecuentemente, se dieron a la tarea de borrar literalmente la cultura romana cristiana y la lengua genérica bereber (o bárbara, propia de las numerosas etnias de la amplia región norafricana en variadas versiones, a su vez de origen afroasiático), esencialmente de tradición oral (en parte cuasi alfabética), la cual se había extendido entre numerosos pueblos del norte africano (actualmente Argelia, Egipto, Mali, Marruecos, Mauritania, Níger, Túnez y Libia), entre el Levante y el Magreb, entre el oriente próximo y el occidente, y de la que todavía quedan millones de herederos vivientes diseminados en la región mediterránea y en la península hispánica que reclaman su propia identidad milenaria (principalmente los de habla Amazigh o Tamazight, literalmente “hombres libres”).
Con los árabes en el poder, en la estructura política libia se impuso el modelo del califato (equivalente al del papado en el catolicismo y al del Dalái Lama en el Budismo, en tanto fusionan liderazgo político y liderazgo espiritual), el cual subsistió en medio de disputas principalmente entre chiítas y sunitas, hasta 1924, cuando fue abolido en todo el mundo musulmán. Los vecinos del otro lado del mediterráneo, los gobernantes italianos de principios del siglo XX, establecieron también un imperio colonial en territorio libio; la proximidad de la península itálica facilitó a los nuevos invasores su permanencia varios años, la cual se fortaleció con el régimen de Mussolini cuando éste arribó al poder en 1922, ya que promovió numerosas expediciones para entregar franjas territoriales fértiles gratuitamente a familias italianas y desplazó a los nativos hacia las zonas pobres.
Una vez concluida la segunda guerra mundial, ante la indeterminación del tema libio entre los aliados, y sobre todo porque la Unión Soviética pretendía tener injerencia en este tema, Libia dejó de ser colonia italiana y consiguió su independencia con el reconocimiento de la Organización de las Naciones Unidas. Se funda así una nueva época, la de la monarquía de Sidi Idris, la misma que habría de ser derrocada en 1969 por el proclamado “líder revolucionario”, de origen beduino (humilde), Muammar al-Gaddafi, aprovechando que Idris I se encontraba de vacaciones en Turquía. Devino entonces la época actual con un régimen autoritario de apariencia “socialista”, en el marco del autollamado “Estado de masas” (Yamahiriyya), al que se adjudica la promoción de varios atentados terroristas en los años de 1980.
Gaddafi está por concluir un ciclo de la historia política libia, y es probable que posteriores gobiernos decidan borrar su imagen de los textos, los discursos y las estructuras mentales de los libios. Ha enloquecido, pero piensa que más bien quienes han enloquecido son los rebeldes opositores, cuyo número crece día con día en la costa mediterránea y a escasos kilómetros de la fortaleza que constituye la majestuosa “Trípoli de occidente” (Trípoli libia), de la mano de desertores, muchos de ellos viejos colaboradores políticos y militares del dictador, quienes se lamentan de la triste situación que vive el pueblo libio, masacrado perversamente y sin misericordia.
Algunos incidentes vividos por Gaddafi en los últimos doce meses han sido muestra fiel de una historia de poder desparramado, sin control alguno. Se recuerda, por ejemplo, el desafío de Gaddafi lanzado a la cara de Berlusconi en un escenario fastuoso con dos centenas de bellas chicas, en agosto de 2010, de que “Europa será musulmana”. Claro que ello no podía ser visto como una respuesta bastante tardía y de mal gusto a una consecuencia de las cruzadas contra los musulmanes, sino como una más de las ilusiones dictatoriales de un demente compartida con otro demente. Apenas en marzo de ese año, durante una exhibición ecuestre celebrada en el cuartel de carabineros de Roma, el polémico Cavaliere besó imprevistamente –en un extraño y criticado comportamiento genuflexivo– el dorso de la mano del extravagante Coronel libio, quien mostraba una vestimenta de apariencia imperial. Por cierto, en el video respectivo, que ha circulado profusamente entre los cibernautas, se puede ver enseguida a Gaddafi girar a su derecha y, con discreción, trata de limpiar la saliva ahí embarrada (http://www.youtube.com/watch?v=jPrnQ0g7sLA).
Nerón está a la vuelta de la esquina y Trípoli occidental podría arder, y tal vez Gaddafi cante al mismo tiempo su Iliupersis y prepare a sus chivos expiatorios. No será una tragedia, porque ésta ha sido vivida durante siglos por el pueblo libio, sino una farsa. La mirada extraviada y alucinada de Gaddafi revela viejos fantasmas y temores, incluso en su delirio aparece Al-Qaeda, y ello le impide ver el espíritu del pueblo libio, más allá de su arraigo en el islamismo. Para él, lamentablemente, el pueblo libio ya no existe.
Después de todo, tras la noche vendrá la luz y un porvenir que promete el fin de las dictaduras y las confrontaciones sangrientas. El pueblo libio vivirá, porque hay un deseo enorme por apagar el infierno; al contrario, Gaddafi no verá más la luz y preferirá mantenerse en su propio infierno.
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