No se puede ir al campo de batalla sin convencer a los nuestros acerca de nuestros objetivos y fines; tampoco, si no tenemos capacidad para integrarlos en nuestras filas de combatientes. Pero mejor es reformular nuestra intención conflictiva si logramos persuadir al adversario de que recíprocamente conviene vivir con nuestras diferencias y particularidades, conforme a una maximización de la tolerancia, a tener que confrontar nuestros recursos en la falsa creencia de que el vencedor inaugurará una nueva época de la historia. Alguna de las partes no vivirá para contarlo; la otra parte sólo vivirá para dar cuenta de la lenta agonía de la especie y para observar la reproducción continuada del absurdo interés de vencer a costa de los sueños de otros.
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